Los QOMPÍ en Formosa: Haciendo memoria

Cuestión peliaguda en ambos sentidos: comprometida y compleja

Comprometida, porque no por nada se manifestaron contadas voces de dirigentes encumbrados y las otras pocas voces blancas de descendientes de invasores -al menos la mitad, también con sangre aborigen en las venas- y de segunda línea, sesgaron realidades desde uno y otro lado. Aclaro que reparto críticas para tratar de ser y parecer imparcial, aunque tengo posición tomada porque trabajo con hermanos tobas y enseño en el sistema educativo formal a sus hijos, aprendiendo con ellos todos los días.
No me la cuenta nadie, ni Gaby Levinas ni María Laura Santillán. La palpo cotidianamente y hace 4 décadas, por lo que puedo mirar con retrospección y apreciar hechos y negligencias, superaciones y postergaciones, equidades efectivas y retóricas, respeto a la identidad e integración forzada. No me la cuenta nadie, pero cuando pretenden relatarme su enfoque algunos que buscan hacer beneficencia a minusválidos en lugar de solidarizarse como con cualquiera que necesita una mano, evidencio mucha sanata: aquí, allá, hoy o mañana...


Compleja, porque partiendo de la colonización que saqueó sagradas tierras y ancestrales costumbres originarias, el resto parece menor. Y, a tal efecto, se repasará el último siglo en el norte indígena y mestizo, contextualizando -implícitamente- los aconteceres de anarquistas gringos y peones criollos en todo el territorio nacional, con persecuciones, explotación y exterminio más crueles en ciertas regiones. En la Pampa Húmeda, por ejemplo, las contadas etnias que habían sobrevivido a los iluminados del Siglo XVII y a los civilizadores de fines del XIX (Mitre, Sarmiento, Avellaneda, Roca y Juárez Celman), eran apenas un poco aniquiladas...
  
Anticipando cierres: Para concluir esta introducción manifiesto que, según mi experiencia, la gran mayoría de los defensores de originarios -término que repiten cínicamente para no llamarlos como se nombran ellos mismos: aborígenes- se autoconsagran profetas de la integración, aunque terminan depositándoles las costumbres del hombre blanco sin perturbaciones. Asimismo, en la formalidad de su estilo de vida, ponen mucha atención en las expresiones de otros descendientes de europeos indagando baches que puedan darles pie a sus obsesas conclusiones descalificadoras. Pero como me banco los testimonios con acciones y las acciones con la experiencia de mi espíritu y con mi cuero, no pienso dejarme marcar el discurso, permitiéndome el sarcasmo de “un poco aniquiladas” o de “ellos y yo” y los que vayan surgiendo al correr de los dedos, aunque puedan azuzar prejuicios en los salames, angurrientos por ver fallidos donde no los hay.
 
El ocultamiento y la tergiversación que encaran ciertos filántropos indigenistas de Recoleta cunde eficientemente, sobre todo, porque hay mucho progresimio -porteño o del conurbano filoportuario utilitario a la moderna Liga Patriótica conservadora- que adhiere por reflejo nervioso a todo lo que tienda sombras sobre lo avanzado e invalide a las gestiones de Néstor y Cristina Kirchner.
Y de eso se tratan estos posteos: un intento de compartir la opinión de alguien que convive con tobas, wichis, matacos y guaycurúes, hace prácticamente unos 40 años sin interrupciones.
 
  
Nordeste Argentino


Los escarpados umbrales del Siglo XX
  
En 1882, los hermanos irlandeses Hardy instalaron el Ingenio Azucarero “Las Palmas del Chaco Austral” contratando correntinos, paraguayos y aborígenes chaqueños para trabajar las 100.000 hectáreas cedidas por el Estado Nacional. En poco tiempo, la firma contó con una extensa red vial interna y fue el primer sitio de la Argentina -quizás de Sudamérica- que dispuso de generación de energía eléctrica. Si bien los Hardy brindaban vivienda a los obreros y hasta llegaron a reducir la jornada laboral pagada en efectivo durante cierto tiempo, sus directivos -todos integrantes de la Liga Patriótica- impusieron severos descuentos compulsivos y despidieron a mil trabajadores sindicados en la década del ‘20, controlando al resto con matones de la empresa. Se derivó en una huelga masiva, que contó a Josep Broz Tito -el general partisano de la Segunda Gran Guerra, luego Mariscal de Yugoslavia- como uno de los líderes en su bautismo revolucionario. La brutal represión armada policial asesinó sin miramientos y llegó a la quema de cañeros sublevados en los hornos del ingenio, bajo la precaución del pronto arribo de delegados del Ministerio del Interior de la Nación.

“La Forestal”, fue una compañía de capitales británicos, alemanes y franceses que se instaló en 1906, abarcando ¡más de 2 millones de hectáreas! en el norte de Santa Fe, Chaco y Formosa, sobre todo, para la explotación taninera y maderera de quebracho. La red de ferrocarriles Decauville y de trocha angosta ingleses instalada, llegó a vincular casi todo el norte argentino: desde Santa Fe y los puertos del Paraná hasta los valles Calchaquíes. Para el Centenario añorado por demasiados, en el litoral -como en la Patagonia- los obreros trabajaban entre 12 y 16 hs/día y eran miserablemente remunerados mediante vales que se intercambiaban por mercaderías en los almacenes de Ramos Generales de sus patrones.
Hacia 1919, ante los primeros reclamos de hacheros y cosecheros -mestizos y originarios- se estableció la Liga Patriótica en el nordeste y las fuerzas de la Gendarmería Nacional y del Regimiento de Infantería XII con asiento en Rosario, respondieron a los intereses de aquellos explotadores terratenientes dejando, en un año y medio, el luctuoso saldo de centenares de huelguistas asesinados y decenas de anarquistas y gremialistas encarcelados, viviendas incendiadas y familias perseguidas. Y no solamente es repudiable la cómplice impunidad ejercida para explotar peones y exterminarlos junto a sus familias, sino las serias consecuencias climáticas de la deforestación realizada para exportar durmientes a los ferrocarriles británicos que se instalaban en medio mundo.
“La forestal es una historia del avasallamiento de la dignidad humana, cuyos resultados pueden medirse en que, en algunas de sus poblaciones, el 80% de los fallecidos no llegaba a la edad de treinta y cinco años, careciendo de real atención médica...” (Goris, 1999)

La tala indiscriminada de quebracho, algarrobo y demás especies de los bosques chaqueños, actualmente tiene controles estatales, pero la voraz explotación del siglo pasado presentó picos de devastación durante la inmobiliaria y propagandista “Campaña del Impenetrable” consumada durante la Intervención Federal del coronel Antonio Serrano (1976-81) y en los recientes gobiernos del abogado Ángel Rozas (1995-2003).
 
 
La cuesta hacia la Década Infame
  
En junio de 1923, el presidente Marcelo Torcuato de Alvear (1922-28) -sucesor de Hipólito Yrigoyen (1916-22), cuyo primer mandato supera la Semana Trágica y los Fusilamientos de la Patagonia-, designó Interventor Federal del Territorio Nacional del Chaco al santafesino Fernando Centeno. Este acaudalado leguleyo se abocó a replegar las fronteras indígenas y despojarlos de su modo de vida, con el objetivo de incorporarlos como jornaleros eficientes y muy baratos al servicio de unos pocos privilegiados en connivencia con el poder. El organismo oficial denominado “Reducción de Indios”, fue especialmente creado para administrar la mano de obra aborigen en los obrajes madereros y en las chacras de algodón, maíz y caña de azúcar.
No obstante, aun hoy la presidencia del “oligarca revolucionario” radical es muy elogiada en los manuales de la historia oficial por las importaciones que llevaron a la Argentina a ostentar el octavo PIB del mundo y, sobre todo, por la ausencia de conflictos, obviando citar la extranjerización económica previa al crack de la bolsa de New York en 1930 y las persecuciones y asesinatos consumados.
  
    
La Masacre de Napalpí

A inicios de 1924, en la “Reducción de Indios de Napalpí” -a 130 kms de Resistencia, en pleno corazón del Chaco- surgió un movimiento de tobas y mocovíes para reclamar contra la explotación llevada a cabo por los terratenientes gringos, quienes además los tenían cautivos impidiéndoles ya no conservar sus tradiciones sino hasta buscar mejores posibilidades en la zafra tucumana, puesto que Centeno acató las demandas de los latifundistas y consolidó el “Cerco de Napalpí”, constituyendo rigurosos controles permanentes con la entonces Policía Nacional.

En mayo, la Intervención Federal les exigió entregar el 15% de la cosecha algodonera -que ya era comerciada miserablemente- recogida en unas pocas tierras compartidas y “cedidas en carácter de ocupantes a Título precario”, en las cuales los aborígenes vivían hacinados. Los braceros originarios -junto a mestizos y criollos- tomaron cultivos y ganado de los colonos criollos, más para supervivencia que a modo de protesta. Fernando Centeno, ante la presión estimulada por las versiones alarmistas de la prensa local manipulada por los latifundistas, intentó terciar en el lugar sin ofrecer nada satisfactorio a las demandas de reapertura de la Escuela del Paraje, títulos definitivos de propiedad, posibilidades para comercializar sus productos sin diferencias y la liberación de los hermanos detenidos en el Penal de Resistencia.

Sobrevinieron confusas tensiones por las muertes -en manos de la policía- de varios indígenas desconocedores de la situación que retornaban de la zafra jujeña y de un latifundista francés, tal vez por represalia. Centeno terminó ordenando que se procediera con rigor para con los sublevados y, amaneciendo el 19 de julio, la Policía Nacional masacró a más de 400 aborígenes y cosecheros criollos desarmados, disparando cinco mil balas en menos de una hora para asesinar a hombres, mujeres y niños, incluyendo cortes de orejas y miembros viriles llevados como suvenires.
Unos pocos lograron escapar de la matanza. El testimonio de doña Melitona Enrique, la última sobreviviente de la masacre, es desgarrador.


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