Palabras Día del Maestro

Docentes y alumnos:
  
Hoy estamos a dos días del 123º aniversario del fallecimiento de Domingo Faustino Sarmiento, motivo por el cual la Conferencia Interamericana de Educación -reunida en Panamá- estableció al 11 de septiembre como el “Día del Maestro Americano”. Corría 1943, finalizaba la llamada Década Infame en nuestra patria, aquella que se caracterizó por gobiernos asumidos mediante golpes militares o fraude a la voluntad ciudadana.
¿Por qué lo comento? Porque en todo estudio de la ciencia o del arte que sea, siempre es recomendable poner los hechos y los fenómenos en contexto. Como también es bueno estimular la crítica escuchando diversas campanas, para que cada uno, con su oído y su criterio, decida cuál es el sonido más armónico y cuál, el menos afinado.
  
Ocurre que Domingo Sarmiento ha sido una de las figuras más polémicas de nuestra historia.
Es cierto que durante sus gestiones como ministro, gobernador y presidente, impulsó de manera formidable a la educación y fomentó la agricultura y las comunicaciones.
Es de destacar que el Primer Censo Nacional -ordenado durante su presidencia en 1869- determinó que un 77% (15 de cada 20) de la población mayor de 14 años era analfabeta, mientras que en el segundo relevamiento realizado 25 años después, ese valor se redujo al 53% (11 de cada 20).
También vale decir que las vías férreas morían en Buenos Aires surcando el país como un abanico sin favorecer la diversidad regional ni conectar al país profundo, sino dando salida a la producción primaria y entrada a manufacturas e inmigrantes europeos. Así se le daba forma al modelo de ciudades confortables sin industrias y con campos en pocas manos para sostener una de las zonceras argentinas: creernos “el granero del mundo”, paradigma del atraso que aún cuesta transformar…
  
La clásica historia mitrista continúa haciendo apología de su obra “con la espada, con la pluma y la palabra”, como recita su Himno. En tanto, historiadores de otras corrientes la defenestran. Su espada, en contra de campesinos, gauchos y pueblos originarios con aquel viejo debate de “civilización o barbarie”. Su pluma, como acérrimo unitario -paradójicamente del interior- que se opuso a Facundo Quiroga, a Juan Manuel de Rosas, al Chacho Peñaloza y a todos los movimientos que pretendían caminar por la huella del federalismo cuando nuestra República daba sus primeros pasos. Y su palabra… aunque parezca contradictorio, un Acto escolar no parece apropiado para repetir sus soberbias y discriminatorias sentencias, por lo que es mejor que reflexionemos juntos acerca de lo que significa ser maestro.
  
Maestro proviene del latín magister, que significa algo así como “más conocimiento compartido”. Y al decir maestro, aludimos a todos los docentes: maestros iniciales y primarios, profesores de los diversos espacios de la educación secundaria, preceptores, bibliotecarios, y todos los que a diario intentamos orientar procesos de aprendizaje y enseñanza con el objetivo de interactuar con herramientas y saberes para que juntos busquemos mejorar competencias y capacidades.
  
Por causalidad, hace un tiempo que vienen dejándose atrás supuestas divisiones entre los trabajadores docentes. Desde la más cruda concepción conservadora neoliberal se pretendía poner a cada grupo en compartimientos estancos, separados totalmente entre sí: maestros primarios por un lado, profesores de nivel medio por otro, maestros de taller totalmente aparte, profesores terciarios y universitarios por otro, bibliotecarios y preceptores entabicados entre sí y del resto del plantel institucional, directivos en función de gerentes de producción, supervisores y funcionarios que acataran instructivos para favorecer a la oferta de mano de obra calificada y barata, mientras que la educación de calidad sería recibida por las élites… Básicamente, esa concepción impulsaba que las decisiones y los lineamientos procedieran de grandes empresas o industrias -mayormente extranjeras- sin la comprometida intervención de los protagonistas de la comunidad escolar en sentido amplio.
También por causa y efecto, por presión y resistencia conjunta, aquellas divisiones formales y de fondo fueron superadas y hoy, los trabajadores de la educación, sabemos que todos los docentes estamos en el mismo barco, con alumnos y familias, con la sociedad y sus aconteceres, no como una actividad desvinculada del mundo que empieza y termina al toque del timbre. Hoy sabemos que todos merecemos la misma dignidad y, aún con consensos o desacuerdos, debemos cumplir cabalmente con nuestros deberes y funciones para poder luchar juntos y entre todos por nuestros derechos, los cuales redundan en la atenta mirada a inquietudes e intereses de los estudiantes y en la optimización de la calidad de la formación de ustedes, nuestros alumnos.
  
Adán De Ucea, septiembre del 2011

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